martes, 20 de septiembre de 2022

 




EL CAMINO

 

Esta tarde salí en busca del camino que había visto hace unos días atrás.

Delante de donde lo veo pasar hay unas pocas casas de ladrillo a la vista con frentes muy amplios, césped, pinos a la entrada y plantas diversas. 

Hay mesitas de hierro con vidrio y unos sillones de madera rústica.

Al lado hay una plaza muy cuidada con varios tipos de árboles y  canteros con flores de colores. Tiene bancos de hormigón para poder descansar disfrutando el aire y su entorno.

El lugar es muy hermoso y placentero.

Cruzando la plaza aparece un sendero que está lleno de nogales.

En esta época todavía no tienen frutos, pero recuerdo pasar en otra estación del año y llenar varias bolsas con nueces.

No decidí recorrerlo esta vez porque ya lo conozco de otros tiempos, por ello seguí hasta encontrar el destino que había planificado.

Por fin lo divisé y aunque el pasto estaba crecido se notaba el camino.

Sin saber hacia dónde me conduciría, me arriesgué aunque el lugar era elevado, la pendiente pronunciada y no daba muchas garantías.

Igual decidí recorrerlo ya que mi ansiedad de aventurero me lo pedía.

Comencé a descender entre muchos árboles, algunas enredaderas, troncos caídos y otros obstáculos en su paso.

El suelo ahora se diluía entre diversos matices, mezcla de tierra, restos de cortezas, hojarasca y pasto reseco.

Entre curvas, pendientes y pequeñísimas subidas, en un momento me detuve a mirar alrededor.

Me sentí totalmente solo y expectante como si muchas miradas estuviesen posadas a mi alrededor, parecía que los habitantes del monte se hubiesen escondido para observar mi paso.

Una sensación extraña me invadió, mezcla de paz e incertidumbre, de  serenidad e inquietud.

Se podía apenas divisar el cielo ya que las copas de los árboles lo impedían y tan sólo apenas caprichosos rayos de sol iluminaban el lugar.

Me sentí atrapado en un mundo de enormes silencios y de ruidos asombrosos, hasta podía sentir los latidos del corazón.

Algún sonido entre las ramas me ponía en alerta y aunque trataba de calmarme  admirando toda esa grandeza, los prejuicios y conceptos de miedos a soledades me querían traicionar.

No dudé mas en seguir viaje hasta que pude ver un pequeño hilo de agua que corría junto a un viejo alambrado con postes casi destruidos.

Me paré junto a él, sentí el sonido del agua correr y volvió una vez más la tranquilidad al corazón.

Pensé que ocurriría cuando cruce esta división marcada por la naturaleza, cuando pueda otra vez divisar el cielo azul.

Parecía ser que ese pequeño torrente, tan inmenso para mí, separaba dos mundos diferentes.

Uno entre matices de sombras y colores, de misterios y soledad, paz e incertidumbres, silencios y ruidos asombrosos.

¡Y de descubrimientos!, de querer seguir y no parar hasta caer rendido.

El otro mundo supuse que sería menos diverso pero más confiable, porque así mi mente lo susurraba.

Cuando llegué al final del camino encontré otra vez la claridad del cielo, la luz del sol y un inmenso campo, casi desierto, con aves sobrevolando alrededor.

Me senté un rato para descansar porque hacía mucho calor y tenía que renovar fuerzas para volver hacia el comienzo de mi travesía.

Cuando a la noche decidí ver la luz de la luna ya no sentí el temor a la soledad, ni a las oscuridades y sonidos del silencio como en aquella tarde, porque habían quedado grabados a fuego en mi.

Ese camino me enseñó a unir la soledad con el éxtasis, el silencio con mis pensamientos, desvanecer la incertidumbre de mis temores.

A no temer miradas extrañas que casi siempre están sólo en mi mente y a seguir avanzando hasta conquistar mis anhelos.

Y me quiero arriesgar en caminos nuevos, dejando los viejos que parecen seguros y tan sólo son desiertos que calman la sed tan sólo un momento.

Te recorro otra vez querido camino, cada vez que puedo y cada vez que te anhelo…        

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