EL CAMINO
Esta tarde salí en busca
del camino que había visto hace unos días atrás.
Delante de donde lo veo
pasar hay unas pocas casas de ladrillo a la vista con frentes muy amplios,
césped, pinos a la entrada y plantas diversas.
Hay mesitas de hierro con
vidrio y unos sillones de madera rústica.
Al lado hay una plaza muy
cuidada con varios tipos de árboles y
canteros con flores de colores. Tiene bancos de hormigón para poder
descansar disfrutando el aire y su entorno.
El lugar es muy hermoso y
placentero.
Cruzando la plaza aparece
un sendero que está lleno de nogales.
En esta época todavía no
tienen frutos, pero recuerdo pasar en otra estación del año y llenar varias
bolsas con nueces.
No decidí recorrerlo esta
vez porque ya lo conozco de otros tiempos, por ello seguí hasta encontrar el
destino que había planificado.
Por fin lo divisé y aunque
el pasto estaba crecido se notaba el camino.
Sin saber hacia dónde me
conduciría, me arriesgué aunque el lugar era elevado, la pendiente pronunciada
y no daba muchas garantías.
Igual decidí recorrerlo ya
que mi ansiedad de aventurero me lo pedía.
Comencé a descender entre
muchos árboles, algunas enredaderas, troncos caídos y otros obstáculos en su
paso.
El suelo ahora se diluía
entre diversos matices, mezcla de tierra, restos de cortezas, hojarasca y pasto
reseco.
Entre curvas, pendientes y
pequeñísimas subidas, en un momento me detuve a mirar alrededor.
Me sentí totalmente solo y
expectante como si muchas miradas estuviesen posadas a mi alrededor, parecía
que los habitantes del monte se hubiesen escondido para observar mi paso.
Una sensación extraña me
invadió, mezcla de paz e incertidumbre, de
serenidad e inquietud.
Se podía apenas divisar el
cielo ya que las copas de los árboles lo impedían y tan sólo apenas caprichosos
rayos de sol iluminaban el lugar.
Me sentí atrapado en un
mundo de enormes silencios y de ruidos asombrosos, hasta podía sentir los
latidos del corazón.
Algún sonido entre las
ramas me ponía en alerta y aunque trataba de calmarme admirando toda esa grandeza, los prejuicios y
conceptos de miedos a soledades me querían traicionar.
No dudé mas en seguir
viaje hasta que pude ver un pequeño hilo de agua que corría junto a un viejo
alambrado con postes casi destruidos.
Me paré junto a él, sentí
el sonido del agua correr y volvió una vez más la tranquilidad al corazón.
Pensé que ocurriría cuando
cruce esta división marcada por la naturaleza, cuando pueda otra vez divisar el
cielo azul.
Parecía ser que ese
pequeño torrente, tan inmenso para mí, separaba dos mundos diferentes.
Uno entre matices de
sombras y colores, de misterios y soledad, paz e incertidumbres, silencios y
ruidos asombrosos.
¡Y de descubrimientos!, de
querer seguir y no parar hasta caer rendido.
El otro mundo supuse que
sería menos diverso pero más confiable, porque así mi mente lo susurraba.
Cuando llegué al final del
camino encontré otra vez la claridad del cielo, la luz del sol y un inmenso
campo, casi desierto, con aves sobrevolando alrededor.
Me senté un rato para
descansar porque hacía mucho calor y tenía que renovar fuerzas para volver
hacia el comienzo de mi travesía.
Cuando a la noche decidí
ver la luz de la luna ya no sentí el temor a la soledad, ni a las oscuridades y
sonidos del silencio como en aquella tarde, porque habían quedado grabados a
fuego en mi.
Ese camino me enseñó a
unir la soledad con el éxtasis, el silencio con mis pensamientos, desvanecer la
incertidumbre de mis temores.
A no temer miradas
extrañas que casi siempre están sólo en mi mente y a seguir avanzando hasta
conquistar mis anhelos.
Y me quiero arriesgar en
caminos nuevos, dejando los viejos que parecen seguros y tan sólo son desiertos
que calman la sed tan sólo un momento.
Te recorro otra vez
querido camino, cada vez que puedo y cada vez que te anhelo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario