martes, 17 de marzo de 2020



GORRIONCITO


Desde pequeño me han gustado los pájaros.
No podía entender como hacían para volar tan alto con sus pequeñas alas.
Cuantas veces pensé: ¡quiero ser un pájaro!
Y cuantas veces moví mis brazos, pero sin poder volar.
Los miraba en los árboles, en el suelo y en el aire, rapidísimos según su urgencia.
Como broche especial se ponían a cantar con tonalidades diferentes según su especie.
Siempre me dieron la sensación de que estaban felices y libres, que no tenían demasiadas preocupaciones.
Pero claro, había que cuidar de los suyos, traer la comida para sus pichones, armar su nido en cada primavera.
Allí, en esa época, era cuando más los disfrutaba.
Y mi favorito era el gorrión.
Entre matices entre marrón, anaranjado y blanco, amarillo, gris, negro y celeste.
Con patitas chuecas, a saltitos, de pancita entre gorda y flaca, con ojos bien negritos y mirada dulce.
Chúcaros por naturaleza, no era jactanciosa su presencia, sino con modesta desconfianza su arribo.
Apenas uno les tiraba unas migas de pan y allí venían; eso sí, mirándote de reojo, por las dudas.
Después se les hacía un hábito y todos los días allí estaban, esperando con mucha ansiedad.
Luego satisfechos de tal banquete sacudían sus alas, se repollaban y parecían regordetes.
Mis abuelos tenían una casona vieja, con muchos árboles, techo de chapa y ventanas con persianas grandes, que daban a un bello jardín.
Habían rosales, durazneros, perales, mandarinas, madre selva, burucuyá y pastizales.
Era un deleite para los pájaros acercarse a tan hermoso lugar.
Cuando llovía, el ruido en las chapas era ensordecedor, pero lleno de música a mis oídos.
Al amanecer, cuando la tormenta se había disipado, como por arte de magia, me despertaban los cantos de los gorriones y compañía.
¡No podían faltar los baños de sol en la tierra!
Era difícil comprender tal higiene, pero ellos sacudían su plumaje y disfrutaban de la fiesta.
¡Que manera más hermosa de cavar un pequeño hoyo en la tierra!
Casi nunca los veía pelearse, compartían todo, desde los escándalos, hasta la comida, las venidas y las huidas.
En pasado y en presente: ¡te admiro gorrioncito!
Ahora te sigo escuchando y mirando volar como siempre lo has hecho, sin cambiar con el paso del tiempo.
Te doy gracias amiguito porque me has alegrado la vida, que ha ido también de a saltitos entre penas y alegrías.
Mis ojos muchas veces han mirado también con desconfianza, pero tú no tienes rencores como yo a veces tengo.
A veces vuelo en apuros, en ansiedades e impaciencias; tú vuelas cuando lo necesitas.
Tú cantas por agradecimiento o alegrías y llamados; yo hablo no siempre agradecido, a veces sin melodías o con silencios injustificados.
Hoy salí al fondo de mi casa y encontré los restos de alpiste que ayer juntos compartimos con tanta algarabía.
Ojalá no hallamos molestado demasiado.
Quizás ahora me entiendas, porqué de niño y aún ahora, quiero ser un pájaro igual que tú.

Dante

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