EL INMENSO MAR
Me fui acercando al mar,
en un amanecer de esos que te brindan un aire fresco y cálido a la vez.
Miré el cielo y pude ver
algunas nubes de formas caprichosas que podían hacer volar mi imaginación.
Todo a mí alrededor
parecía perfecto.
Mis pisadas ya empezaban a
dejar su presencia casi desapercibida entre tantas otras; daban ganas de seguir
hasta el final.
Las casitas aunque
maquilladas para tal ocasión, sabían de padecer frío, calor, el sol y la brisa
del mar.
Y yo claro también iba
preparado para tal evento, sin descuidos, pero con la alegría y la satisfacción
de irme acercando cada vez más.
La noche anterior me quedé
escuchando la voz del mar, entre susurros e ímpetus, con cada silencio podía
inhalar aire y con cada sonido exhalar.
Y ahora lo podía sentir
nuevamente.
Hasta que pude ver el
horizonte y lo encontré sosteniendo un barco a lo lejos que parecía quieto en
la inmensidad de sus aguas.
Ya más cerca pude ver unas
boyas, lo cual supuse que serían de alguna red tirada al mar para tener con
suerte un buen botín.
Unos botes cerca de la
orilla y casitas a lo lejos pero modestas, le daban un toque especial: parecía
ser una postal hecha en la arena.
Y te encontré tan inmenso
que me quedé observándote con profunda gratitud.
En el horizonte se podían
vislumbrar los primeros rayos de sol que junto a las gaviotas, en su alboroto,
sumaban tu silencioso ir y venir.
De blanca espuma estabas
hecho, de aguas entre cristalinas y oscuridades pasajeras.
¡Y tú brisa de mar, que
maravilla!
Respiré profundo y me
sentí flotar entre las olas como si pudiera caminar sobre ellas.
Irremediablemente volé a
mil lugares: de recuerdos, de paz, de tranquilidad, de silencios, de olores y
mil sabores.
Me senté en la orilla,
cerré los ojos, no sé si me dormí y soñé, o si estaba despierto, pero sentí que
te sentaste junto a mí a hablarme mil historias.
Me contaste de mi vida,
anhelos, sueños y tristezas.
Yo te escuché con mucha
atención, no quería perderme nada.
Cada tanto tus olas me
llamaban la atención y el viento me susurraba también al oído para que no te
dejara de escuchar.
Estuve largo rato
atendiéndote y no tenía palabras para agradecerte; además que te iba a decir,
que podía agregar a tus años de sabiduría.
Cuando me reincorporé me
sentí renovado, como si un mundo de cosas hubiese pasado en un instante.
Sacudí de mis pantalones
los restos de tu presencia, caminé un rato por la orilla, entre caracoles,
piedras de colores, algunos huéspedes que se escondían a mi paso y me volví,
por el mismo camino, pero con ánimos renovados.
La gente comenzaba a
llegar y yo emprendía la retirada.
Sé que en ese amanecer el
mar estuvo junto a mí y me sentí afortunado de ser su elegido.
Con los restos de arena de
mar y unas piedras en la mano como justificando mi presencia, me fui despacio,
aún caminando entre las olas, aún flotando en los pensamientos…
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