lunes, 19 de septiembre de 2022

 








EL INMENSO MAR

 

Me fui acercando al mar, en un amanecer de esos que te brindan un aire fresco y cálido a la vez.

Miré el cielo y pude ver algunas nubes de formas caprichosas que podían hacer volar mi imaginación.

Todo a mí alrededor parecía perfecto.

Mis pisadas ya empezaban a dejar su presencia casi desapercibida entre tantas otras; daban ganas de seguir hasta el final.

Las casitas aunque maquilladas para tal ocasión, sabían de padecer frío, calor, el sol y la brisa del mar.

Y yo claro también iba preparado para tal evento, sin descuidos, pero con la alegría y la satisfacción de irme acercando cada vez más.

La noche anterior me quedé escuchando la voz del mar, entre susurros e ímpetus, con cada silencio podía inhalar aire y con cada sonido exhalar.

Y ahora lo podía sentir nuevamente.

Hasta que pude ver el horizonte y lo encontré sosteniendo un barco a lo lejos que parecía quieto en la inmensidad de sus aguas.

Ya más cerca pude ver unas boyas, lo cual supuse que serían de alguna red tirada al mar para tener con suerte un buen botín.

Unos botes cerca de la orilla y casitas a lo lejos pero modestas, le daban un toque especial: parecía ser una postal hecha en la arena.

Y te encontré tan inmenso que me quedé observándote con profunda gratitud.

En el horizonte se podían vislumbrar los primeros rayos de sol que junto a las gaviotas, en su alboroto, sumaban tu silencioso ir y venir.

De blanca espuma estabas hecho, de aguas entre cristalinas y oscuridades pasajeras.

¡Y tú brisa de mar, que maravilla!

Respiré profundo y me sentí flotar entre las olas como si pudiera caminar sobre ellas.

Irremediablemente volé a mil lugares: de recuerdos, de paz, de tranquilidad, de silencios, de olores y mil sabores.

Me senté en la orilla, cerré los ojos, no sé si me dormí y soñé, o si estaba despierto, pero sentí que te sentaste junto a mí a hablarme mil historias.

Me contaste de mi vida, anhelos, sueños y tristezas.

Yo te escuché con mucha atención, no quería perderme nada.

Cada tanto tus olas me llamaban la atención y el viento me susurraba también al oído para que no te dejara de escuchar.

Estuve largo rato atendiéndote y no tenía palabras para agradecerte; además que te iba a decir, que podía agregar a tus años de sabiduría.

Cuando me reincorporé me sentí renovado, como si un mundo de cosas hubiese pasado en un instante.

Sacudí de mis pantalones los restos de tu presencia, caminé un rato por la orilla, entre caracoles, piedras de colores, algunos huéspedes que se escondían a mi paso y me volví, por el mismo camino, pero con ánimos renovados.

La gente comenzaba a llegar y yo emprendía la retirada.

Sé que en ese amanecer el mar estuvo junto a mí y me sentí afortunado de ser su elegido.

Con los restos de arena de mar y unas piedras en la mano como justificando mi presencia, me fui despacio, aún caminando entre las olas, aún flotando en los pensamientos…

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